Abrazando el artificio: las claves estéticas y narrativas del cine de Wes Anderson
Un recorrido por las señas de identidad que hacen de su cine un mundo propio, de culto y difícil de imitar.
La semana pasada repasábamos la trayectoria cinematográfica de Wes Anderson con motivo de su próximo estreno, The Phoenician Scheme. Si bien ya entonces anticipábamos sus principales rasgos de autoría (estética obsesivamente cuidada, simetría, paleta de color, nostalgia, melancolía, reparto recurrente…) hoy estamos aquí para desglosar y comprender mejor las principales claves de su cine, que agruparemos en tres categorías principales: estética, narrativa y constantes.
Estética
La estética juega un papel clave en las películas de Wes Anderson, hasta el punto de que una de las mayores críticas a las que suele enfrentarse es a la de que a menudo pone la forma por encima del fondo, y esa estética de la que hablamos eclipsa la narración.
Parte de esta estética se debe a una composición de planos muy calculada, con predominio de la simetría, tan constante en su obra que se ha convertido en sinónimo de su cine. El uso de planos cenitales para introducir objetos se ha vuelto tan característico de sus películas que ha sido imitado hasta la extenuación (especialmente en redes sociales).






Otra de sus principales claves estéticas es el adherirse a determinadas paletas de color, que varían ligeramente ente obras pero que resultan lo bastante cohesivas como para conferir a su obra una coherencia cromática de la que pocos directores pueden presumir.
El diseño de vestuario, en muchas de sus obras a cargo de la magnífica Milena Canonero (también responsable del vestuario de la Maria Antonieta de Sofia Coppola o Barry Lyndon ente otras), también contribuye activamente a esta coherencia estética. Los personajes de sus películas parecen vestir un uniforme que los diferencia del resto (en ocasiones, como The Life Aquatic o El Gran Hotel Budapest, el uniforme es literal), dándoles no solo un aspecto reconocible dentro de la trama y de su obra, sino que los convierte automáticamente en iconos, que a menudo recuerdan a esos personajes de dibujos animados que, en su mundo de fantasía, visten siempre del mismo modo.




No podemos olvidar, a la hora de describir la estética de Wes Anderson, el papel de la animación artesanal y el uso de maquetas en su obra. Desde sus cintas en stop-motion (Fantastic Mr Fox e Isla de Perros), a pequeñas escenas en las que introduce estos elementos, como el “tour” por el Belafonte en The Life Aquatic, Anderson utiliza estos recursos para introducir un poco más de magia, si cabe, en sus obras.
Por último, hay que mencionar la importancia de la tipografía en sus películas. Sus rótulos son tan populares y reconocibles que incluso existen aplicaciones que prometen ayudarte a conseguir esa misma estética en redes sociales a través de tipografías y filtros.



Vemos por tanto que la estética tiene un peso importantísimo dentro de la filmografía de Wes Anderson y, como ya mencionábamos, a menudo pesa sobre la historia. Sin embargo, no estaríamos hablando de un autor si no hubiese rasgos de autoría y, ¿no está a caso en su derecho, cualquier autor, de elegir qué elementos priman sobre otros en su obra? En el caso de Anderson, lo primordial es abrazar el artificio.
Narrativa
Podríamos decir que nostalgia, excentricidad y romantización de la infancia son las claves de sus historias. A nivel narrativo, en su cine priman las tramas melancólicas, protagonizadas por personajes inadaptados, a veces genios, que o bien no han madurado o siguen de algún modo anclados a la infancia. Personajes brillantes pero absolutamente incapaces de ser felices.
Esta brillantez y esta soledad que caracteriza a sus personajes hace que la trama se inunde de dos recursos muy utilizados por el cineasta: la ironía y el sentido del humor absurdo (infantil en el mejor de los sentidos, de nuevo contribuyendo a esa romantización de la infancia). Además, sus cintas carecen de drama, no en cuanto a los sucesos que acontecen sino a las reacciones de los personajes, dando poca o ninguna importancia a niños que se fugan o a intentos de suicidio. Todo se supera con la mayor naturalidad. Como haría un niño.
Hay que mencionar también un recurso narrativo muy utilizado por Anderson en sus películas, que es introducir un relato dentro de otro, configurando la obra como una suerte de Matrioska narrativa en la que un narrador omnisciente hace de pronto un inciso para contarnos algo sobre alguno de los personajes. Se refuerza así la sensación de que estamos viviendo en una fábula fantástica cargada de sorpresas.
Constantes
Como ya mencionábamos la semana pasada, Wes Anderson trabaja siempre rodeado de un equipo estable, con los que repite proyecto tras proyecto. Desde hace años, Adam Stockhausen se encarga del diseño de producción, la citada Milena Canonero se encarga del vestuario, y el reparto de sus obras repite una y otra vez. Owen Wilson, amigo y colaborador desde la universidad (con el que ha firmado además varios guiones) y Bill Murray son los actores que han aparecido más veces en sus obras, pero su lista de colaboradores habituales es cada vez más extensa: Luke Wilson, Willen Dafoe, Tilda Swinton, Adrien Brody, Jason Swartzman, Anjelica Houston o Scarlett Johansson son sólo algunos de los nombres que componen su particular troupe.
El sistema funciona, estreno tras estreno se llena de estrellas que funcionan como reclamo para aquellos que quizás no se hubieran acercado de otro modo a la obra del director.
Pero no son las únicas constantes del cine de Anderson. La obsesión por los objetos de estética vintage (mapas, maletas, cartas, periódicos inventados…), las constantes referencias literarias a escritores como Stefan Zweig o Roald Dahl, o el uso habitual de lugares inventados (como la República de Zubrowka) son elementos habituales que, como todo lo anterior, contribuyen a dar coherencia al universo personal del director.



Wes Anderson ha configurado un universo rico, precioso, coherente y cerrado, del que muchos se mueren por formar parte y que invita al espectador a habitar durante unas horas, siempre dejando ganas de más. En un momento en el que el exceso de información y de influencia tiende a homogeneizar las obras de muchos, Wes Anderson ha sabido mantenerse fiel a su estética y a sus temas, y ha seguido ampliando su universo sin renunciar a esa identidad inalterable que lo hace único.
Si bien resulta excesivo para muchos, creo que siempre merece la pena dar un paseo por esos mundos de fantasía cada vez más difíciles de encontrar y recuperar, aunque solo sea por un par de horas, ese entusiasmo infantil y contagioso de Anderson por el maravilloso artificio que es el cine.