Cassavetes - Rowlands: una vida de cine
Sobre una de las colaboraciones más importantes del nuevo cine americano
En una de las escasas entrevistas que Gena Rowlands ha concedido en las últimas décadas le preguntaron si alguna vez veía las películas que protagonizó bajo la dirección de John Cassavetes. Respondió que no, no lo necesita, puede cerrar los ojos y visualizar cada plano de esas cintas, de principio a fin. Hicieron siete películas juntos (Ángeles Sin Paraíso, Faces, Minnie & Moskovitz, Opening Night, Gloria, Una Mujer Bajo la Influencia y Corrientes de Amor) . La última la rodaron en 1984.
Se conocieron en Nueva York, cuando ambos eran estudiantes de interpretación en la AADA (American Academy of Dramatic Arts) a principios de los años 50. John Cassavetes, neoyorkino de nacimiento, ya se había ganado la fama de hombre complicado en busca de problemas. Gena Rowlands, que por su parte había crecido en un entorno estable y acomodado, era pura sofisticación.
Eran completamente opuestos, y sin embargo encajaron. Cassavetes decía que la primera vez que la vio supo que se casarían. En 1954 pasaron por el altar.
Comenzó así una colaboración artística que duraría lo mismo que su matrimonio, hasta 1988, año en que el director falleció, a los 59 años, por una cirrosis hepática. Una colaboración vital en la creación de lo que después se conocería como el Nuevo Cine Americano.
Pese a ser un ferviente admirador de Capra y sus finales felices, Cassavetes bebía también del neorrealismo italiano, de Godard, de Kurosawa, de Bergman o de Dreyer (así lo reconoce en el libro de entrevistas de Ray Carney Cassavetes por Cassavetes). Y, de algún modo, la representación optimista del sueño americano de Capra se mezcló a la perfección con las vanguardias europeas en el cine de Cassavetes, que se convirtió, desde sus comienzos, en el adalid del cine independiente.
Con estas influencias a la espalda, el dúo Rowlands-Cassavetes comenzó a convertir su vida en común en cine. Las experiencias del director trabajando por encargo al principio de su carrera fueron tan escasas como negativas, y se dice que llegó a las manos con Stanley Kramer durante el montaje de Ángeles Sin Paraíso. Se puso de manifiesto muy pronto que, si iba a hacer cine, sería a su manera.
De esa forma, tanto él mismo como Rowlands trabajarían como actores para financiar las películas que luego sacarían juntos adelante (ella ya era una actriz consolidada, con grandes papeles en cine y televisión). Construyeron un microcosmos en el que sus vidas giraban alrededor del cine. Cassavetes escribía y dirigía sus historias sin apenas presupuesto y con una cantera de habituales entre los que destacaban la propia Rowlands, Peter Falk, Ben Gazzara y Seymour Cassel.
La vida real y la ficción se difuminaban. Cassavetes era conocido por poner a sus actores al límite en muchas ocasiones, y él y Rowlands se traían la munición de casa para sus broncas. Su casa era además su estudio, donde montaban los largometrajes. Las escenas de sus películas, rebosantes de diálogos ingeniosos, emulaban las legendarias barbacoas que la pareja celebraba en su patio, con idéntico reparto.
Ellos mismos se encargaban de encontrar distribución para sus proyectos, visitaban cines donde la cartelera encajaba con sus películas y les pedían proyectarlas allí. Pegaban carteles en las calles durante la noche. El cine era toda su vida.
Aunque veneradas por muchos, sus películas no eran del agrado del público generalista. Eran largas, rebosantes de diálogo, con personajes inestables y, en muchas ocasiones, deliberadamente incómodas. En Una Mujer Bajo la Influencia, Opening Night y Gloria aborda la inestabilidad emocional y el miedo al paso del tiempo como pocos lo han hecho.
Cassavetes, que a menudo se culpaba por dedicar más atención al cine que a su vida personal, se redimía escribiendo para Gena Rowlands algunos de los mejores papeles femeninos de la historia del cine (en las tres películas citadas), y ella respondió con interpretaciones que pasarán a la historia por su complejidad.
En 1984 la pareja coprotagonizó la que sería la última película dirigida por Cassavetes, Corrientes de Amor. En un principio el protagonista masculino iba a ser interpretado por John Voight, pero por problemas de agenda fue el propio director quien se puso ante las cámaras. De esta forma, una cinta con ciertos tintes autobiográficos sobre las relaciones de pareja, se convirtió en el último regalo de Cassavetes a Rowlands y en su último proyecto juntos.
Han tenido que pasar décadas para que se reivindique la obra de Cassavetes y el papel de Rowlands en la misma. Desde su ópera prima, Shadows, pasando por Faces, Opening Night, Minnie & Moskowitz (su peculiar incursión en la comedia romántica) o The Killing of a Chinese Bookie, el cine de Cassavetes se ha convertido en uno de los principales referentes del cine independiente americano.
El director falleció en 1988, pero Rowlands siempre ha mantenido el mismo nivel de compromiso con el cine que hicieron juntos: a penas ha concedido entrevistas desde entonces, no suele hablar de su vida en común y no desvela nada sobre su proceso creativo. Durante décadas, ha seguido preservando el legado de lo que construyeron juntos y guardando con recelo las claves de una vida de cine.