Los años 20 en Europa trajeron una explosión cultural que dio a luz a numerosas vanguardias artísticas. Si bien, normalmente, el concepto de vanguardia se asocia más a la pintura, a la literatura, o incluso a la fotografía, es interesante también explorar de qué manera se hicieron presentes en el cine. Y de todas estas vanguardias, la más significativa es el Expresionismo Alemán.
Es imposible abordar en este formato toda la complejidad de un movimiento como este. Sin embargo, y dado que fue mi tema de investigación durante años, me gustaría dar unas pinceladas generales para acercaros al que considero uno de los movimientos más apasionantes de la historia del cine. Para ello, os he creado una guía en dos partes. En la de hoy os hablaré del contexto en el que surge el cine expresionista, y la segunda parte veremos las claves estéticas y temáticas que lo caracterizan. Además, entre ambas partes (el jueves) publicaré algunas recomendaciones de libros y películas sobre este movimiento, para que los que estéis más interesados podáis indagar un poco más.
Decidme en comentarios si os gusta este formato, porque podría hacer este tipo de guías sobre otros movimientos, directores, etc.
El Expresionismo Alemán comienza en Alemania (evidentemente) inmediatamente después de la I Guerra Mundial, durante el surgimiento de la República de Weimar, en 1919.
La derrota en la guerra tras años de presiones por parte de los Aliados, la aparición de un nuevo régimen político en el que tampoco confiaban, y la hiperinflación que azotaría el país durante los años de posguerra darían lugar a una actitud del pueblo alemán que sería clave en el surgimiento de ciertos movimientos artísticos.
Si bien los orígenes del cine expresionista se sitúan en la inmediata postguerra de la I Guerra Mundial, hay que tener en cuenta un precedente importante que tuvo lugar justo antes de la guerra. Se trata de la película El Estudiante de Praga, de Stellan Rye y Paul Wegener, que en 1913 anticipó las claves de este tipo de cine.
El Estudiante de Praga plantea una trama similar a la de Fausto, un hombre que hace un trato por su alma con el diablo (aquí representado por la figura de un malvado hechicero), en este caso para alcanzar una posición que le procure el amor de la mujer que desea. El hechicero extraerá, como su beneficio en el trato, el reflejo del joven Baldwin del espejo, dotándolo de vida, y generando el conflicto que desencadenará el trágico final. Poco a poco, el doble se va haciendo con la vida de Baldwin, hasta que finalmente, y para destruir a tan diabólica copia, el joven se verá obligado a quitarse la vida.
Esta película anticipa ya, por tanto, el que sería el principal tema del cine que surgiría después de la posguerra: la dualidad del alma alemana.
Las relaciones entre el alma y el exterior parecían haberse roto durante la guerra, y aunque superficialmente parecieron superarlo, esta huida al interior duraría años, y se vería reflejada en su cine mejor que en ningún otro arte. Este shock se debió en gran parte a la incapacidad de asimilar la libertad política que, tras años de represiones, se les presentó de forma repentina tras la guerra, sin estar preparados para la toma de decisiones ni para asumir responsabilidades como nación. Las películas de postguerra que surgirán entre 1920 y 1924 revelarán este caos interior, el individualismo y el replegamiento, ante la incapacidad de hacer frente a un mundo con el que no se identifican.
Es comprensible, en este contexto, que la población recurriera a temáticas fantásticas, que parecieran no tener relación con sus problemas reales. Buen ejemplo es el auge de la literatura de autores como Edgar Allan Poe o ETA Hoffman, que si bien aboga por temas fantásticos, destaca por su componente siniestro, en consonancia con el sentimiento generalizado de la población.
Las obras de estos autores y las atmósferas que en ellas creaban, así como la pintura expresionista, tendrían un papel clave el surgimiento del cine expresionista.
En este caldo de cultivo, en 1920 surgirá la obra más icónica del cine alemán, El Gabinete del Doctor Caligari, de Robert Wiene, la cinta que inaugurará una nueva corriente Expresionista y que aunará todas estas características que la postguerra instauró en el alma alemana. Esta película se ha utilizado como el principal ejemplo del Expresionismo Alemán hasta la fecha y ha influido en multitud de autores a lo largo de la historia del cine.
El cine expresionista gozó de una vida breve y se desarrolló en un círculo muy reducido. No se trató de una corriente de experimentación en la que militasen todos los artistas relevantes, deseosos de introducir novedades en sus trayectorias, sino que se trató de un movimiento a manos de unos pocos.
Así, figuras como Robert Wiene, F. W. Murnau, Paul Wegener o Fritz Lang, asistidos por una serie de técnicos y actores habituales, desarrollaron esta corriente prácticamente en solitario.
Desde unos comienzos muy radicales en su dimensión estética, la corriente expresionista se fue suavizando, hasta el punto de que los teóricos de la materia no son capaces de ponerse de acuerdo a la hora de fechar el final de esta vanguardia, pues es difícil decidir si algunas obras deben o no asociarse a ella.
Pese a tratarse de un movimiento con poca acogida en la Alemania de la época por parte del público de masas (por el contrario, tuvo, en general, el apoyo de críticos y artistas), ha sido, de todos los estilos cinematográficos que cohabitaron durante la República de Weimar, el que más repercusión ha conseguido a lo largo de la historia del cine.
Lo singular del movimiento, unido a la influencia que ejerció posteriormente en otras corrientes cinematográficas (la mayoría de estos cineastas y técnicos emigró a Estados Unidos con el estallido del nazismo, dejando su huella en el cine americano, muy visible en géneros como el cine negro o el cine de terror de los años 30 y 40), lo han encumbrado como uno de los estilos más interesantes del cine europeo del siglo XX.