Vértigo: mujeres en tecnicolor
Análisis cromático de Judy y Madeleine en Vértigo, de Alfred Hitchcock
*Este texto puede contener spoilers de Vértigo de Hitchcock*
Hay películas inagotables, películas que permiten (o casi exigen) diferentes lecturas en cada visionado. Películas con tantas capas de simbolismo entrelazadas entre sí que parece imposible llegar a descifrarlas todas. Una de esas películas es Vértigo, de Alfred Hitchcock.
Vértigo es, indiscutiblemente, una de las grandes obras maestras del cine. No lo digo yo, sino que lleva años colándose en lo más alto de las listas del American Film Institute, el British Film Institute o la revista Sight & Sound como una de las mejores películas de todos los tiempos.
No voy, por tanto, a intentar siquiera hacer un análisis exhaustivo de la película, porque el formato de una newsletter sería insuficiente, pero no puedo dejar pasar la oportunidad para comentar detalles muy concretos, y es lo que voy a hacer hoy.
Uno de los aspectos que más suele llamar la atención de Vértigo es el uso del color, cargado de significado. En esto me gustaría centrarme hoy, y más concretamente, en la simbología cromática asociada a esos dos personajes femeninos que son las dos caras de la misma moneda: Madeleine y Judy.
Para quien no haya visto la película, un breve resumen (aunque si ese es vuestro caso, os animo a dejar de leer aquí, ver la película, y retomar la lectura en otro momento):
Scottie Ferguson (James Stewart) es un ex agente de la policía de San Francisco retirado tras un repentino ataque de vértigo, desencadenado por la caída al vacío de uno de sus compañeros durante una persecución.
Un viejo amigo contrata a Scottie como detective privado para que siga los pasos de su mujer, Madeleine (Kim Novak), preocupado por su comportamiento errático. Tras observar en ella el comportamiento extraño del que hablaba su marido, con misteriosos paseos y aparentes lagunas de memoria, Scottie salva a Madeleine tras saltar a la bahía bajo el puente Golden Gate.
El acercamiento une a Madeleine y a Scottie, que se enamora perdidamente de ella. Sin embargo, no logra salvarla de sus propios impulsos una segunda vez: Madeleine salta al vacío desde el campanario de una iglesia sin que Scottie, por sus problemas de vértigo, pueda seguirla para impedírselo.
Tiempo después, Scottie conocerá, por casualidad a Judy, una mujer con un asombroso parecido con Madeleine. Su obsesión con su antiguo amor le llevará a intentar convertir a Judy en una replica de Madeleine, como si ésta hubiera vuelto milagrosamente a la vida.
Más tarde Scottie descubrirá que Judy no era sino una actriz contratada por su antiguo amigo para interpretar a Madeleine delante de Scottie, y que éste fuese un testigo del suicidio que no era sino una actuación, dado que la verdadera Madeleine había sido asesinada por su marido.
Vemos aquí, entonces, a dos mujeres que en realidad son la misma. Madeleine, la que el espectador conoce (puesto que nunca vemos a la verdadera) es una construcción ficticia por partida doble: por un lado, es construida por encargo del antiguo amigo, para reemplazar a la auténtica y engañar a Scottie. Y más tarde será construida de nuevo por deseo del propio Scottie quien, aun consciente del artificio, elige la ficción a la realidad.
Y por otro lado está Judy, que es real, que es carne y no ficción. Que es el soporte que alberga la ilusión en ambas ocasiones. Y Hitchcock nos muestra esto a través del color durante toda la película.
Madeleine es ficción, es una diva del cine en blanco y negro, y como tal, aparece siempre desaturada. Sólo viste blanco, negro y gris. El pelo platino, como las divas del cine de los años 40, pero también restándole el pigmento que su cabello, de forma natural, luego sabremos que tiene. Porque Madeleine no existe, siempre es Judy.
Sólo vemos a Madeleine vestir color dos veces. La primera vez que la vemos, tanto nosotros como espectador como Scottie, lleva un vestido negro y se cubre con un chal negro y verde. Ese verde nos anticipa lo que va a pasar, pues el verde es el color de Judy, como veremos ahora. Las paredes del restaurante, de terciopelo rojo, enmarcan a quien será el objeto de deseo del protagonista.
La segunda vez es en el apartamento del protagonista, tras ser rescatada del agua, con una bata roja que sólo puede ser de Scottie. En esta escena, Scottie va vestido de verde. Vemos un juego de colores complementarios que se repite a lo largo de toda la película, el rojo y el verde, colores opuestos en el espectro cromático, siempre separados, augurando que la unión de esos personajes es imposible. Curiosamente es Scottie quien lleva puesto el color de Judy, el verde, el del personaje de carne y hueso, pues Scottie es el único en la escena que es real. Madeleine no puede llevar el color que indica realidad, así que lleva el opuesto, el rojo, el del objeto de deseo que mencionábamos antes, el de la ficción.
Pero este encuentro no cambia nada, Madeleine volverá a perder todo color al salir del apartamento y sus siguientes apariciones siguen pareciendo sacadas de una película en blanco y negro.
Y entonces Madeleine se desvanece y conocemos a Judy. Y Judy es realidad y vida donde Madeleine era ficción y muerte. Judy no lleva un peinado perfecto, ni ropa estructurada. No lleva joyas discretas ni se mueve en poses contenidas. Judy es realidad, es movimiento, es imperfección. Y viste de verde, el verde símbolo de naturaleza y de vida.
Scottie pide a Judy que cambie por él, le pide que se transforme en Madeleine incluso antes de saber que no había ninguna Madeleine. Que renuncie a toda su esencia, a todo lo que es y que se convierta en un fantasma, que se convierta en ficción. Madeleine es una construcción masculina de la feminidad, pues es Scottie quien exige su existencia en la piel de Judy, y fue el marido de la verdadera Madeleine quien la “encargó” la primera vez. Madeleine no es una persona, es una exigencia del espectador. Es un fantasma, y es cine.
El apartamento de Judy está impregnado de luz verde, reflejo de una señal de neón en el exterior del edificio. La luz verde es símbolo de ambas identidades: es verde porque es el espacio de Judy, de la realidad, y es fantasmagórica porque en ese espacio fue creada y destruida la falsa Madeleine, y su recuerdo está presente.
En una de las escenas cumbre de la película, Judy sale del baño de su apartamento, convertida en Madeleine, ante un expectante Scottie (que es espectador como nosotros) como una aparición fantasmal. Primero casi transparente y luego tomando una forma más clara. El fantasma que vuelve a la vida pero, eso sí, impregnada de la luz verde que cubre la sala, porque ya no podemos olvidar que en realidad es Judy.
El color en Vértigo no es, por tanto, meramente ornamental. El juego constante con los colores complementarios responde esa permanente contraposición entre la vida y la muerte, la realidad y la ficción, el miedo y el valor de enfrentarse a él. Scottie teme a las alturas, teme al amor y teme a la realidad, y el director le da la oportunidad de enfrentarse a todos sus miedos encarnados en la figura de una sola mujer.
Hitchcock ostenta el título de maestro del suspense por razones más que legítimas. Y es que estoy segura de que, en el próximo visionado de Vértigo sacaré una lectura nueva y diferente a ésta que os presento aquí y a todas las anteriores. La magia del cine.