Cuando, hace varias semanas, hablamos de los orígenes del cine, hablábamos de cómo el invento de los Lumière se había impuesto a otros, de cómo fueron los introductores de ciertos elementos del lenguaje cinematográfico y de cómo fueron los primeros en darle a sus proyecciones una intencionalidad.
Pero, ¿cuándo empezamos a hablar de la “magia del cine”? ¿Quién lo elevó a la categoría de arte? Sin duda vendrá más de un nombre a la cabeza, pero hay uno que sobresale por encima del resto: Georges Méliès.
Georges Méliès nace el 8 de diciembre de 1861 en Paris en el seno de una familia relativamente acomodada, hijo de un reputado fabricante de calzado.
Méliès comenzó sus estudios en el Liceo Michelet y los finalizó en el Liceo Louis-le-Grand, tras lo cual realizaría el servicio militar obligatorio. Para Méliès era importante el mostrarse como una persona que había recibido una educación, ya que le ofendía especialmente que se considerara iletradas a las personas asociadas al mundo del cine.
En sus años formativos mostró un gran interés en el dibujo, y desde muy joven participaría activamente en los grupos de teatro escolares, fabricando guiñoles y pintando decorados.
Tras realizar el servicio militar obligatorio volvió a Paris con la intención de entrar en la Escuela de Bellas Artes y convertirse en pintor. Sin embargo, su padre tenía otros planes y le hizo entrar en el negocio familiar de fabricación de calzado.
Pese a la frustración inicial del joven Méliès, estos años demostraron ser de utilidad en el futuro, ya que el haberse ocupado de las máquinas de la empresa le confirió una experiencia como mecánico que más tarde utilizaría al producir sus películas.
En 1884 pasaría un año en Londres para aprender inglés, y este periodo cambiaría sus perspectivas de futuro. Durante su año en Inglaterra se aficionaría al teatro de ilusionismo y prestidigitación: el arte mágico.
Al regresar a Paris se convirtió en fiel espectador del teatro de ilusiones de Robert-Houdin, y practicó el oficio hasta convertirse él mismo en ilusionista y comediante, ofreciendo espectáculos en diversos locales. De este modo, continuaría adquiriendo habilidades que más tarde utilizaría en su cine. En 1885 se casaría con Eugènie Gènin, con la que tendría dos hijos, Georgette y André.
En 1888 el teatro Robert-Houdin salió a la venta y Méliès lo compró y reformó para desarrollar en él su carrera como ilusionista. Dirigiría este teatro durante 36 años, hasta su demolición para la terminación del Boulevard Haussmann.
Además de la dirección del teatro, Méliès asumiría, por votación popular, la presidencia de la Cámara Sindical de Artistas e Ilusionistas, creada recientemente, y conservó este cargo durante los siguientes 40 años.
En este contexto, entra en juego el cinematógrafo de los hermanos Lumière.
En 1895 Georges Méliès asiste, invitado por los Lumière, a la primera proyección cinematográfica, y queda impactado por el arte de la imagen en movimiento. Maravillado por la proyección, intenta comprar uno de esos nuevos aparatos para realizar proyecciones en su teatro, pero los Lumière, que tan sólo veían las posibilidades del cinematógrafo para propósitos científicos de estudio del movimiento, se negaron. Méliès no se rindió y, aprovechando sus conocimientos de mecánica (adquiridos durante los años que trabajó en la fábrica de calzado de la familia) fabricó su propio aparato: un kinetógrafo. Méliès comenzó a comercializar su dispositivo, se hizo con una serie de locales en el pasaje de la Ópera y allí instalaría su tienda y laboratorios (donde revelaría sus propias películas).
En 1896 construye en su propiedad de Montreuil el primer estudio cinematográfico, en el que contaría con escenografía teatral y la maquinaria necesaria para producir sus películas, que rodaba con luz natural (y, en 1904, añadiría un laboratorio para poder revelar sus películas desde allí). Las películas se proyectarían después en su teatro, convirtiendo así el Robert-Houdin en el primer cine público del mundo. Méliès había inventado la sala de cine.
Méliès comienza a inaugurar, uno a uno, los géneros cinematográficos: drama, comedia, viajes, documentales… hasta que en 1899 crea el género mágico y fantasmagórico, por el que sería famoso. Títulos como Barbazul, El Diablo y la Estatua o La Coronación de Eduardo VII harían las delicias el público que acudía a sus proyecciones en el Robert-Houdin, pero, sin duda, la obra de Méliès que más repercusión tendría a lo largo de la historia del cine sería Viaje a la Luna.
Sus películas tuvieron gran acogida entre el público y, tras los primeros años de proyecciones, empezaron a surgir imitaciones, especialmente en el mercado americano. Por esta razón abre una sucursal y laboratorio en Nueva York, a cargo de su hermano Gaston, con el objetivo de proteger sus creaciones por medio del copyright.
Con esta infraestructura, Méliès continuó produciendo películas en las que cubriría los roles de director, actor, ilusionista, decorador, pintor de escenarios y un largo etc., que lo convertirían literalmente en el mago de la gran pantalla.
La producción de estas obras, y la carrera de Méliès en el mundo del cine se verían seriamente afectadas en 1914, con la llegada de la I Guerra Mundial. ¿Qué fue del ilusionista del cine y de su fantástico legado tras la guerra? Hablaremos de ello en la segunda parte de este post el próximo lunes.